by David Cerpa Alba
El proceso creativo de las artes, es íntimamente espiritual y está relacionado a los sentimientos sublimes que el hombre inherentemente posee y en alguna medida, ha desarrollado. Es necesario que el ser humano estreche una relación con su espíritu para llegar a producir obras de arte que realmente alcancen a ser “obras maestras”.
Sin embargo, la creación de la obra artística, que es fruto de la inspiración, se refleja en elementos que son perceptibles por los sentidos. los cuales son vibraciones que se convierten en sonidos y crean notas musicales; o iluminaciones combinadas en tonalidades sobre distintas superficies y formas, creando la obra pictórica; o expresiones del cuerpo humano, fruto de las emociones que luego se convierten en actuaciones teatrales o de danza.
El desarrollo del talento artístico es algo necesario para la madurez de las obras. Sin embargo esta madurez se manifiesta mucho más rápido en unos que en otros. Por ejemplo Mozart componía sus primeras obras musicales a los 5 años de edad; mientras que Beethoven lo hacía a los 12. Existen artistas que manifiestan una mayor precocidad de talentos que otros, sin embargo la precocidad no es un factor decisivo para la calidad de la obra artística, el desarrollo del talento es algo que puede demorar más tiempo en otros artistas, pero si mantienen la misma constancia en su arte pueden llegar a un nivel aceptable ambos, tanto Mozart como Beethoven son considerados genios, pese a la diferencia en la precocidad de ambos.
La mente en el trabajo artístico nos permite conservar la concentración, imaginar y crear, controlar los movimientos y los impulsos abruptos que pueden surgir. La voluntad, que podemos decir es el medio ¨físico¨, permite que nuestro esfuerzo se manifieste y es el constante impulsor de la obra en el mundo ¨real¨. Por último el espíritu es la fuente inagotable del artista, que provee de todos los sentimientos y la belleza indispensables para la existencia del arte.
“Muchos actores, antes de cada presentación, se colocan trajes y se maquillan de modo que su apariencia exterior se aproxime a la del personaje que van a representar. Pero olvidan la parte más importante que es la preparación interna. ¿Por qué dedican tan particular atención a la apariencia externa? ¿Por qué no visten y maquillan el alma también?”
Profundizando un poco más acerca de la producción artística como tal, el genio de Aristóteles nos ofrece una herramienta que pese al paso de los años, perdura como uno de los métodos más interesantes para la elaboración del arte.
En “La Poética” Aristóteles defiende a la tragedia como la mejor expresión artística concebida en ese tiempo. A la tragedia el Estagirita la defiende así “Es, pues, tragedia reproducción imitativa de acciones esforzadas, perfectas, grandiosas, en deleitoso lenguaje, cada peculiar deleite en su correspondiente parte; imitación de varones en acción, no simple recitado; e imitación que determine entre conmiseración y terror el término medio en que los afectos adquieren estado de pureza”.
Pese a lo breve de esta descripción, encontramos elementos ligados al arte que son importantes, esfuerzo, grandiosidad y deleite; pero lo más importante de esta definición se encuentra en “el término medio en que los afectos adquieren estado de pureza”. El estado de pureza o katharsis consiste en una sublimación de sentimientos que permiten que el arte logre su fin, que es el de otorgar belleza y deleitar a las personas que aprecian la obra artística.
La importancia de la inspiración basada en los sentimientos, es de radical importancia, sin embargo es necesaria una moderación basada no solamente en la forma de amoldar los sentimientos sino en el embellecimiento de los sentimientos y su elevación hacia niveles de nobleza elevados
Has de saber que el Reino es el mundo real, y que este mundo inferior es tan solo su sombra desplegada. Una sombra no tiene vida propia; su existencia es solo una fantasía y nada más; no son sino sólo imágenes reflejadas en el agua, y que al ojo parecen una pintura.” (Pasajes de los Escritos de Abdú’l Bahá Pág.,. 179)
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